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miércoles, 12 de mayo de 2010


EL MAL OLOR DE LA UTOPÍA: MITO, DOMINIO Y TRABAJO



VARIACIONES EN TORNO AL DUODÉCIMO CANTO DE “LA ODISEA” (NARRACIÓN DEL PASO ANTE LAS SIRENAS)





1)

Cuando, en “Dialéctica del Iluminismo”, Adorno y Horkheimer abordaron el nexo entre mito, dominio y trabajo, utilizaron como metáfora un canto de la Odisea. El héroe debía sortear una dificultad mayúscula: el canto de las sirenas y la inusitada tentación que arroja. Para los profesores de Frankfürt, hay una “promesa de felicidad” detrás de esa supuesta amenaza, por lo que podría estar designando el mito transformador, la utopía superadora, la esperanza de la liberación. Pero la Civilización se defiende por todos los medios de tal invitación desestabilizadora: “Quien quiere perdurar y subsistir no debe prestar oídos al llamado de lo irrevocable”, viene a decir a los trabajadores y consigue, en efecto, reafirmarlos como seres prácticos, que miran adelante y se despreocupan de lo que está a sus costados. Los marinos que obedecen a Ulises son por ello incapaces de percibir la belleza del canto de las sirenas, la promesa redentora que tal vez encierra, y sólo encuentran ahí una ocasión de peligro; en realidad, no oyen nada. Ulises, en cambio, señor terrateniente que hace trabajar a los demás para sí, puede oír el canto; y, para protegerse, pide que lo dejen atado al mástil. Exige que lo amarren fuertemente, para superar la tentación. Para Adorno y Horkheimer, Ulises anticipa la actitud de los posteriores burgueses, que se negarán con mayor tenacidad la felicidad aún cuando -por su propio poderío- la tengan al alcance de la mano. El burgués, lo mismo que Ulises, teme su propia emancipación. Encadenado, no menos que sus subordinados, a la Obediencia y al Trabajo, se muestra tan hostil a la propia muerte como a la propia felicidad.

Ulises finalmente descubre que poco tiene que temer, disfruta estéticamente el canto y hace señas con la cabeza para que sus servidores lo desaten. Pero es tarde; los trabajadores, incapaces de oír la melodía, ineptos para el reconocimiento de la belleza, inmunes a la seducción utópica o liberadora, nada saben y nada hacen.

Los autores de “Dialéctica del Iluminismo” aprovechan la peripecia para ilustrar que el goce artístico (posición de Ulises) y el trabajo manual (lugar de los marineros) se separan desde la salida de la Prehistoria. Y late en sus páginas, junto a la denuncia firme de una sociedad organizada sobre la exigencia de obedecer y de trabajar (un trabajo “que se cumple bajo constricción, sin esperanza, con los sentidos violentamente obstruidos”, nos dicen), un cierta receptividad ante el horizonte utópico legado por la Modernidad, casi una fe en el filo transformador del mito revolucionario, en la “promesa de felicidad” portada por el discurso de la emancipación, simbolizado por el canto de las sirenas. Lo triste sería que a los oprimidos se les ha hurtado la capacidad de asimilarlo y que los opresores, casi tan víctimas como ellos del engranaje capitalista, aunque aptos para redescubrir la utopía, rehuyen su propia excarcelación.



2)

Cuando Kafka reinterpreta el pasaje homérico, disloca la lógica tan simple, y aún así hermosa, de la exégesis precedente. Nadie puede esquivar sin más el peligro de las sirenas, nadie puede sustraerse fácilmente a la tentación, todo está perdido si se pasa ante ellas con meras precauciones físicas y sin una estrategia simbólica. Y Ulises lo sabe... No habiendo posibilidad inmediata de salvación, cabía no obstante tentar procedimientos mediatos; cabía fingir, representar, manifestar y apelar, procurar seducir,... Soñando a partir de la recreación de Kafka, vislumbramos a un Ulises que pone en marcha su teatro del encadenamiento consciente de la inutilidad inmediata del mismo, pero con la esperanza de enternecer de algún modo a las sirenas, de “engañarlas” en cierta medida o en cierto sentido, de hacerse estimar por ellas. Miente a sabiendas, actúa, escenifica; pero, en un momento dado, deslumbrado por la belleza del canto que de todas formas percibe, desea arrojarse voluptuosamente al abismo de la tentación. Como sus servidores no oyeron nada, pensando sólo en salvar a su señor para así también salvarse, desestimaron desatarlo. Desde la perversidad crítica de Kafka cabe dar otra vuelta de tuerca: en realidad, las sirenas, conscientes de todo, sabedoras de todo, decidieron no cantar. Ulises sólo se engañó a sí mismo, fue victima de una Ilusión alentada por su estrategia. Las sirenas no cantaron, por lo que los marineros no pudieron oírlas; y Odiseo oyó en realidad algo así como su propio deseo de oír.

En palabras de Kafka, en “El silencio de las sirenas”:



“Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz (...). El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas (...).

Pero las sirenas poseen un arma mucho más temible que el canto: su silencio (...). Es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio.

Ulises, para expresarlo de alguna manera, no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban.”



Desde esta reinvención, nos desprendemos del poso “elitista” que enturbia el análisis de Adorno y Horkheimer: los trabajadores no son tan ineptos, tan negados, tan sordos y tan miopes. No había nada que escuchar... La utopía, el mito revolucionario, la promesa de felicidad, habitan sólo en lo ilusorio, en lo imaginario. Aún más: en la imaginación y en la ilusión de los Señores. La lucidez de los siervos mantiene lejos de sí tales supercherías.



3)

De acuerdo con los planteamientos que desarrollé en “Desesperar”, me he permitido glosar de otro modo la escena. Como sugiere Kafka, estimo que las sirenas no cantaron. De haber cantado, suscribo la indicación de Adorno y Horkheimer: Ulises, como cualquier señor, como todo burgués, habría hecho en principio lo posible por no oírlas. Pero estoy convencido de que no cantaron... Avanzaré, además, que las sirenas no cantaron porque no existían.

Sin embargo, creo de corazón que Ulises no es tan ingenuo ni presa tan fácil de la ilusión. El héroe, el señor, el poderoso, actúo de hecho, representó, fingió, teatralizó para engañar no a las sirenas, sino a sus servidores. Para embaucar a la marineros, Ulises simuló creer en la “promesa de felicidad” y al mismo tiempo temerla. Para dominar y explotar mejor a los trabajadores, los burgueses levantan el guiñol de la Utopía, de la esperanza revolucionaria. “La Utopía ha perdido su inocencia”, escribió Sloterdijk. Y muchos otros han denunciado que el discurso de la emancipación está sirviendo hoy sólo para lavar la conciencia de intelectuales y gentes de la clase media enquistados en el aparato del Estado o asociados a intereses de empresa. Uno “cree” en la Utopía y luego exprime a sus trabajadores en una fábrica “progre”, o gobierna a un hatajillo de alumnos en antros escolares “libertarios”, o fortalece al Estado en su calidad de “funcionario” (en ocasiones, “anarco-funcionario”), o miente para un periódico, o produce a sabiendas basura televisiva, o se prostituye intelectualmente para vender sus libros, o... Pero cree en la Utopía, mantiene la esperanza emancipatoria...

Yo apunto aún algo más: como, de hecho, los trabajadores temen la perspectiva revolucionaria (sienten horror, por ejemplo, ante el proyecto de una cancelación de la propiedad privada); como, en verdad, detestan, en su inmensa mayoría, los sueños igualitarios; sus opresores disfrutan aterrorizándolos con el monstruo de la Revolución posible, con el fantasma de la liberación social, con el engendro del comunismo o la acracia. El canto de las sirenas es un invento de los poderosos y de los explotadores para aherrojar aún más, si cabe, a sus subordinados. Ante el peligro del canto, Ulises y los marineros son un solo hombre: si la hay, la salvación será colectiva. Unidos ante la adversidad común, el Señor y sus servidores hacen frente a la tentación. El Señor, por su cultura, es más vulnerable a la seducción de las sirenas, que realmente están ahí, se nos dice, y cantan, y alimentan un presagio de felicidad.

Ulises afianza primero la idea de que hay sirenas, hay cantos de las sirenas, visos de dicha, utopías realizables, logros revolucionarios que no se nos escurrirán entre los dedos. Por eso, ante todos, toma sus precauciones, manifiesta su inquietud. En segundo lugar, certifica que tales utopías, tales proyecciones míticas, constituyen una calamidad, una desgracia inusitada, no menos para los Señores que para los siervos. ¿Quién querrá ser desposeído de sus bienes particulares? ¿Quién querrá borrarse en el magma de la colectividad? ¿Quién querrá renunciar a la posibilidad de convertirse algún día en Héroe, en Señor, posibilidad de hacerse obedecer y de no trabajar por contar con sobrados esclavos? En tercer lugar, en un ejercicio didáctico insuperable, muestra que no cabe descartar la eventualidad de que un hombre sucumba al encanto de las sirenas: él mismo así sucumbe, en su escenificación, cuando mueve la cabeza para pedir que lo desencadenen. Pero concluye de inmediato que esa “flaqueza” no lleva a ninguna parte: nadie acudirá a socorrerlo. El círculo está cerrado...

Un amigo jubilado, durante toda su vida activa cuerpo de trabajo desmesurado y carne de salario exiguo, me dio la clave para leer así la payasada de Ulises: “Al fin y al cabo, la Utopía siempre ha sido cosa de ricos”.



4)

Hablando desde un realismo atroz, desde un prisma desmitificador, no hay “promesa de felicidad” en el canto de las sirenas porque las sirenas no cantan. Y no hay “canto de las sirenas” porque éstas no existen. Arrumbado el mito, todo mito, denunciada la Utopía como ungüento venenoso con que los ricos y los poderosos curan las heridas de sus víctimas de obediencia y sus víctimas de trabajo, sigue abierto no obstante el campo de la lucha. Entendida la “desesperación” como “ausencia de toda engañifa”, ya se revista de mito transformador, ideal humanitario, anhelo emancipatorio, “canto de sirenas”, etc. cabe otear el horizonte de un conflicto recrudecido en el que los sublevados, desengañados y sin-esperanza, no necesitarán ya aferrarse a un Sistema Ideológico, a una Doctrina, a una Idea luminosa, a un Telos garante de júbilo futuro, a un Paraíso discernible que aguarda a la vuelta de no pocos siglos... Será la hora del nihilismo, desde luego; pero de un nihilismo insurrecto, beligerante: hora de nihilistas descreídos que, cuando su patrón les diga que hay sirenas a punto de cantar, no sólo atarán de pies y manos a ese Señor farsante y teatrero, como se hizo con Ulises, sino que lo arrojarán por la borda, como una auténtica “promesa de felicidad” para los tiburones.

Cada vez que alguien me habla de Utopía descubro un vientre hinchado, unas manos decorativas, unos ojillos de zorro tras la carnicería, un corazón de síntesis y un cerebro lleno de huevos de gallinas muertas.





Pedro García Olivo-La Haine

www.pedrogarciaolivoliteratura.com

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