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miércoles, 14 de julio de 2010
Final (Joan Brossa) Miguel Poveda - Desglaç
Conocí a Carlos Abellán en la cárcel de Porlier en el año 1940. Era algo mayor que yo, pero teníamos parecidas ilusiones, las mismas ansias de vivir y muchos proyectos de futuro. Era alegre y optimista. Lo trasladaron de cárcel, le perdí la pista y nos encontramos de nuevo, 16 años después, en la enfermería del penal de Burgos. Me costó reconocerle. No sólo porque su cabeza comenzaba a blanquear y estaba enfermo, sino porque se había convertido en un hombre abatido y triste. Daba pena mirarle a los ojos, había en ellos miedo y desesperanza. Se volcó en mí, necesitaba alguien que le comprendiera y consolara.
Quedó un rato silencioso, como avergonzado de su fragilidad y de lo que iba a confesarme.
-Estoy asustado, me afecta el último indulto y dentro de un mes saldré en libertad. ¿Qué voy a hacer, dónde voy a vivir, con más de cincuenta años y enfermo, quien me va a dar trabajo?
-No seas tan negativo, no te adelantes a los hechos, la vida tiene soluciones inesperadas. Lo importante es la libertad.
-Libertad para qué, ¿para poder elegir si me muero de hambre o me pego un tiro?
Comprendí su situación. Había perdido a la familia o su familia se había desentendido de él, tenía miedo a la libertad, la prisión era ya su universo, en ella tenía resuelta su vida, contaba con la atención y el cariño de sus camaradas, se sentía protegido, la cárcel era el menor de los males.
El día que salió en libertad se me abrazó crispado y llorando en silencio: era como si se despidiese de la vida. Nunca más supe de él, ni cuál fue su destino.
Decidme cómo es un árbol, Marcos Ana
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