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jueves, 3 de febrero de 2011
LAS PROTECCIONES
Uno nunca sabía
qué sombra le iba a
la siguiente mañana.
porque todos los santos.
aparte de cinco ángeles,
vivían en la casa
mejor dicho en su boca,
y ni a empujones de un dolor de muelas
o en el momento del frugal bocado
se la deshabitaban:
Como andaban las cosas,
creo que nunca hubo poderes más sufridos,
espíritus peor alimentados.
Pero bien,
lo que importa es que al encaminarnos a la escuela,
cuando entre bendiciones susurraba
el santo de ese día,
si era otro, confieso que yo no hacía caso.
y por mi propia cuenta me marchaba
siempre con San Antonio,
porque sí
o, en el fondo, porque era mi tocayo;
hasta que me cansé de que anduviéramos.
como quien dice dos en un zapato
y, acaso, por el vuelo
me decidí en secreto por el ángel.
Pero el ángel anduvo de fracaso en fracaso,
y finalmente el día del castigo
arrojé al gran culpable de mi lado:
Yo aposté los botones de mi nueva camisa
a un partido de fútbol
de aquellos que jugábamos
uno en contra de uno,
sólo dos jugadores,
los goles solitarios,
y perdí,
pero, claro, yo no tuve la culpa
sino que mi ángel de la guarda
no era ningún extraordinario guardapalos.
CARLOS MARX Y EL INGENUO
COLOR DE LAS INTUICIONES
Hoy que me causa risa,
recuerdo que sumirme
en la región más fácil de ese nombre
fue algo así como cosa
de un simple borrador.
Bobo,
dos veces bobo,
pero lo cierto es que lo reducía
y de cualquier manera lo asociaba
con una vaga idea de la profundidad.
Aquella en cuyo fondo
todo lo que era el agua y la sal conocida
se me agolpaba en la mirada fija
de ese viejo retrato de larga cabellera
y después en el nombre
impreso en letras rojas debajo del recuadro,
ese nombre barbado,
medio descolorido
que yo invariablemente imaginaba
como un acantilado al pie del risco,
tal como lo quería,
sin la letra final...
Para mí,
francamente,
aquella X en el horizonte
siempre estaba demás.
Hoy que me causa risa,
vuelvo a decirme bobo,
aunque, después de todo,
también el MAR es grande
e inmortal.
ANTONIO PRECIADO, Ecuador
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