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martes, 24 de agosto de 2010
Trabajo
Tu compañera duerme profundamente, desnuda, boca arriba; en esa posición, sus pechos, destapados, parecen más grandes, se extienden como flanes recién puestos en un plato. Te viene a la imaginación una fantasía que te obsesiona… Te excitas… Pero hay que ir a trabajar… Orinar, defecar, lavarse, afeitarse, vestirse, desayunar, cepillarse los dientes… El usual beso a la mujer que se despereza… “¡Hasta luego!”. La calle. Un gargajo flamea en el suelo, con luz propia, como un dios desfallecido. En verano, en el pueblo insular donde vives, cada día, de camino al trabajo, ves infinidad de autobuses repletos de turistas que sueñan que viajan: los aborta el amanecer. Son seres que buscan ser felices evadiéndose de su habitual vida rutinaria; aunque suelen fracasar en el intento, porque llevan la rutina oculta en sus equipajes, revuelta entre la ropa. En invierno, como hoy, no hay ni un alma por la calle; no obstante, se percibe por doquier la devastadora huella del turismo: La necrosis se extiende por el verde; los hoteles aparecen vencedores sobre la naturaleza como un tumor mortal. Se desprenden las retinas de la metáfora al clarear. Friccionas tu vida en la carretera… Contaminas tu vida en la carretera… Ruge tu coche la rabia del asfalto…
Se abre la vulva de tu madre pariendo las galaxias
los cuerpos toman cuerpo
la luz se dilata
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