Yo también he corrido delante de la pasma. La jauría
Sucedió a principios de este verano: Yo hacía el turno de noche y realizaba una rutinaria ronda, cuando, encontrándome en el andén de la estación, percibí que en la Plaza Sa Mora, cruzando la avenida próxima al término de las vías, a unos treinta metros de distancia, había un policía enfocando los setos con su linterna. La calva del madero relucía por efecto de la iluminación de las farolas. Me paré a observar, curioso. Estuve así un rato, hasta que pensé que el agente no encontraría nada sospechoso en aquel lugar. De pronto, me entraron las prisas y corrí para alcanzar el punto más cercano por el cual debía de pasar el lector de rondas. Oí una voz a mis espaldas, la del poli; por lo visto había dado fruto su búsqueda. Alguien corrió por la carretera paralela al perímetro de la estación donde yo me hallaba. Las puertas de un coche se cerraron bruscamente, y sus ruedas chirriaron en el asfalto. Segundos después uno de los maderos trepó por la valla colindante con la calzada y saltó al andén, gritando: ¡Aquí está compis, lo he encontrado!; otros dos lograron saltar la verja de enfrente, y surgieron por el otro costado; el cuarto venía echando leches, desde el paso a nivel, por entre las traviesas… Al principio me quedé perplejo, sin acertar a comprender qué estaba pasando. La voz del policía que había gritado antes, el cual estaba ya a escasa distancia de mí, tan sólo separados por el foso, me sacó de mi estupefacción: ¡Pero si es el vigilante!
Claro, soy el vigilante de la estación, aquí no hay nadie más que yo, dije apoyando mi culo en el respaldo de un banco y sacando pecho para que se viera bien mi placa. Los cuatro miembros del CNP jadeaban y resoplaban, con las frentes perladas de sudor.
¡Pero, hombre!, ¿por qué corría?, exclamó uno de los que tenía enfrente.
Bueno, al principio porque tenía prisa por acabar la ronda, y, después, porque creí que perseguían a alguien, que estaba saltando la cerca, y quise ayudar, mentí en el segundo motivo.
Sus caras de circunstancias, reflejaban, a la luz de las farolas, una mezcla de frustración y estupor. Se marcharon claramente contrariados. Yo me quedé un par de minutos más echado en el banco, digiriendo aquella tragicómica farsa…
¿Y qué habría pasado si yo no hubiera sido más que un despistado o un imprudente, que se hubiera colado en la estación, incluso un grafitero mismo?, pensé con cierto miedo… Probablemente, primero me habrían dado la del pulpo y después me habrían preguntado…
¿Sabéis?, hay algo en todo esto que no sé si debiera inquietarme o tranquilizarme: Cada madero, uno por uno, es también un ciudadano como nosotros, y tiene una vida privada como la nuestra, y familia, y un domicilio… a poco que quieras averiguarlo…
Sucedió a principios de este verano: Yo hacía el turno de noche y realizaba una rutinaria ronda, cuando, encontrándome en el andén de la estación, percibí que en la Plaza Sa Mora, cruzando la avenida próxima al término de las vías, a unos treinta metros de distancia, había un policía enfocando los setos con su linterna. La calva del madero relucía por efecto de la iluminación de las farolas. Me paré a observar, curioso. Estuve así un rato, hasta que pensé que el agente no encontraría nada sospechoso en aquel lugar. De pronto, me entraron las prisas y corrí para alcanzar el punto más cercano por el cual debía de pasar el lector de rondas. Oí una voz a mis espaldas, la del poli; por lo visto había dado fruto su búsqueda. Alguien corrió por la carretera paralela al perímetro de la estación donde yo me hallaba. Las puertas de un coche se cerraron bruscamente, y sus ruedas chirriaron en el asfalto. Segundos después uno de los maderos trepó por la valla colindante con la calzada y saltó al andén, gritando: ¡Aquí está compis, lo he encontrado!; otros dos lograron saltar la verja de enfrente, y surgieron por el otro costado; el cuarto venía echando leches, desde el paso a nivel, por entre las traviesas… Al principio me quedé perplejo, sin acertar a comprender qué estaba pasando. La voz del policía que había gritado antes, el cual estaba ya a escasa distancia de mí, tan sólo separados por el foso, me sacó de mi estupefacción: ¡Pero si es el vigilante!
Claro, soy el vigilante de la estación, aquí no hay nadie más que yo, dije apoyando mi culo en el respaldo de un banco y sacando pecho para que se viera bien mi placa. Los cuatro miembros del CNP jadeaban y resoplaban, con las frentes perladas de sudor.
¡Pero, hombre!, ¿por qué corría?, exclamó uno de los que tenía enfrente.
Bueno, al principio porque tenía prisa por acabar la ronda, y, después, porque creí que perseguían a alguien, que estaba saltando la cerca, y quise ayudar, mentí en el segundo motivo.
Sus caras de circunstancias, reflejaban, a la luz de las farolas, una mezcla de frustración y estupor. Se marcharon claramente contrariados. Yo me quedé un par de minutos más echado en el banco, digiriendo aquella tragicómica farsa…
¿Y qué habría pasado si yo no hubiera sido más que un despistado o un imprudente, que se hubiera colado en la estación, incluso un grafitero mismo?, pensé con cierto miedo… Probablemente, primero me habrían dado la del pulpo y después me habrían preguntado…
¿Sabéis?, hay algo en todo esto que no sé si debiera inquietarme o tranquilizarme: Cada madero, uno por uno, es también un ciudadano como nosotros, y tiene una vida privada como la nuestra, y familia, y un domicilio… a poco que quieras averiguarlo…
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